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domingo, diciembre 10, 2006

Los tres (un momento como cualquier otro 2)

Los tres entraron esa noche tambaleándose al tranvía. Dos de ellos consiguieron sentarse, uno en frente del otro, en los asientos reservados para los padres con hijos pequeños, junto a las ventanillas y justo en frente de la puerta por la que habían entrado. El tercero se posesionó entre los otros dos en el lugar reservado para el cochecito de niño, de espaldas a la puerta, sujetándose bien fuerte en una de las asas que colgaban del techo y erguiendo el cuerpo y la cabeza con un exagerado orgullo. A su alrededor los otros pasajeros se quedaron mirándolos como a unos seres extraños a su mundo. Algunos estaban curiosos, otros sorprendidos, y muchos torcieron la cara ante lo visto y se taparon por unos instantes la nariz hasta que está se acostumbrara al ligero e indefinible malolor que desprendían.

-Gaspar. - balbuceó el que estaba sentado de espaldas hacía la dirección de trayecto.

-¿Qué quieres, Baltasár? - le preguntó el que estaba sentado de frente.

-Mira a Melchior. ¡Qué bien puesto está! Parece una estatua.

-Qué va parecer una estatua, ni una estatua, si es un pamplinoso que no sabe ni donde tiene la cara. No ves que está en el limbo mirando al techo.

El que estaba de pie no pronunciaba palabra, tenía los ojos apenas entreabiertos y seguía ahí esforzándose en mantener en cada momento su mejor postura posible. A punto estaba de derrumbarse cada vez que el tranvía aceleraba o frenaba pero, a parte de sujetarse con una mano en el asa del techo, siempre conseguía equilibrarse dando pequeños y torpesimos pasos hacía un lado u otro. Su peinado, sin embargo, en ningún momento se alteraba y seguía inmutablemente caótico. En algunas partes de la cabeza, sobre todo en la trasera, los pelos estaban aplastados, en otras estaban tiesos como si se hubieran congelado en el instante de haberse puesto de punta por algún susto. Los otros dos presentaban la misma pinta, incluido la cara sonrosada. Los tres llevaban ropa sucia y manchada que por algunas puntos estaba tan arrugada que parecía una funda de cama usada ya varias noches.

Las sacudidas del tranvía maltrataban al que estaba de pie, pero él seguía defendiéndose con éxito. El que estaba sentado de espaldas se estaba hundiendo cada vez más, tenía la cabeza inclinada hacía delante y los ojos cerrados, la barbilla apoyada en el pecho y saliva le salía por la boca medía abierta. El que estaba sentado de frente estaba mirando hacia afuera, su cabeza descansaba en la mano del brazo izquierdo que a su vez se apoyaba con el codo en el borde de la ventanilla aunque a menudo se resbalaba proporcionándole uno que otro coscorrón contra el cristal dejándolo perplejo por unos instantes.

Se acababa de dar otro coscorrón.

-Baltasár.

El que estaba sentado de espaldas no reaccionaba.

-Eh, Baltasár, eh... despierta patán..., que eres un patán.

-Qué quieres Gaspar, déjame dormir chiquillo, mira que eres...

-¿Cuándo nos tenemos que bajar? irresponsable, que eres un irresponsable, quedarte ahí dormido, tendrás cojones..., o no cojones, mejor dicho...

-En Estación Estrella.

-¡JA! ¡Si eso ya lo sé! Yo no te he preguntado ¿a dónde nos tenemos que...?, sino cuándo, ¿cuándo nos tenemos que bajar? O sea, lo que yo quiero saber es cuándo me tengo que levantar y salir por esa maldita puerta de mierda...

-No sé.

-Vaya... ¡no sé, no sé!, entonces, tú ¿qué sabes?, ¡vamos a ver! De todo tengo que preocuparme yo... porque sino... nada.

El que estaba sentado de frente se dio media vuelta y se dirigió a dos chicas de aproximadamente 15 años que al parecer iban de fiesta, en un tono artificialmente amable y completamente diferente del que usaba para hablar con su compañero sentado en frente.

-SeñoRitas, diSCulPen USTEdeS, ¿poDRían decirme CUándo me TEngo que baJAR... ?

Las chicas se echaron a reír. Él formuló su pregunta de otra forma.

-... DIgo, ¿CUándo llegaMoS a la EStaCión ESTRElla?

Las chicas se partían de risa. Él se las quedó mirando unos instantes y empezó a enfadarse.

-¿De qué os estáis riendo, so puercas? Qué no tenéis vergüenza. ¡Putas!, que mira como estáis pintadas. ¡Cerdas!... - les siguió insultando con una voz cada vez más fuerte, al final a gritos. Finalmente las chicas, ya hartas de escucharle, se salieron en la siguiente estación.

El que estaba sentado de frente se calmó.

-Baltasár, pregunta tú, pedazo de alcornoque. - le mandó al que estaba sentado de espaldas que de nuevo dormitaba y que, en ese momento, levantó la cabeza y entreabrió sus ojos para mirar a su compañero y replicar.

-¿Yooo? ¡Nooo! Si a mi me da mucha vergüenza, Gaspar... Que pregunte Melchior, que está de pie. Sí... ya que está de pie, pues que pregunte él.

Los dos alzaron la vista y se quedaron mirando al que estaba de pie. Éste ya no podía sostenerse más en su postura de exagerado orgullo y sin previo aviso se desplomó en el suelo dándose un fuerte porrazo en la cabeza. Los otros dos al principio se quedaron estupefactos pero al cabo de algunos segundos y tras haberse mirado uno al otro empezaron a reírse. La gente, entre tanto, se dió cuenta de lo sucedido y avisaron al conductor de que alguien se había desmayado. El tranvía se paró y el conductor salió de su cabina para ver que era lo que estaba pasando. El que había estado de pie seguía en el suelo y se había enroscado hasta quedarse en una posición embrionaria mientras que a su alrededor se extendía un considerable charco de meado. Sin otra cosa que hacer la mayoría de los pasajeros empezó a mirar y a hablar; y algunos salieron del tranvía para huir de semejante imagen o para irse andando a sus destinos.

-Jaja... jajaja.- se rió el que había estado de pie.

Los otros dos que permanecían sentados uno en frente del otro también se rieron, y siguieron riéndose. La gente, sin embargo, no se reía, muchos seguían mirando al que estaba en el suelo pero pronto se aburrieron, se asquearon o se percataron de que este medio de transporte público tardaría su tiempo para reemprender su viaje, y decidieron, como otros antes, bajarse.

Al rato, se oyó acercarse una ambulancia a la que, unos instantes después, se unieron las sirenas de otra que, del lado opuesto, también se estaba dirigiendo al lugar de los hechos.

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